Adios

Son las seis de la mañana y el aire comienza a enfriar los cuerpos que se encuentran en el andén; apenas es verano pero el frío no perdona a los foráneos. Vapor sale de las ventanas que se encuentran junto al viejo reloj que hace mucho dejó de emitir el tic tac que anunciaba el próximo llegar de los convoyes. El concreto del edificio hace que las plataformas luzcan más frías y lúgubres de lo que deberían. Gris y noche hasta donde alcanza la vista. Los olores de la tierra empapada por la lluvia aún cuelgan en el aire esperando quien los acoja.

Las máquinas estáticas que esperan a hacer su primer viaje del día aguardan a ellos quienes se han propuesto abordarlas. Inertes y aún así generando un mar de emociones por los destinos que alcanzarán. Sus rechinidos y tambaleos adornan un fondo construido por un colorido rompecabezas de lenguas.

El humo del tabaco pasa bailando ante un par de ojos avellana que ignoran los rizos blancos que son arrastrados por el viento dulce que se cuela entre sus párpados. Miran con complicidad la caliza blanca de los apartamentos de enfrente sin esperar respuesta alguna. Pero le responden.

¡Quédate! Es como si la ciudad supiera que es lo que traman y tratara de seducirlos una vez más con su gran eco, su infinito sabor a bohème.

Con complicidad, el chico de los ojos avellana y piel poco bronceada voltea a ver a su par que ha sido su cómplice a lo largo de noches que ahora parecen innumerables. Los rizos castaños que acompañan a su compinche cuelgan hermosos y enmarañados, esos que han enamorado más que cualquier canción de amor.

Dulces lágrimas los inundan pero saben que parten con la encomienda de regresar.

Él saborea el último bocado de un barato croissant mientras recuenta cuantas veces dijo que amaba a los hornos de ésta esquina, en su nueva ciudad.

El ser de acero que supone alejarlo de ahí se para como un verdugo ante él, y cuando anuncian su partida cada paso tiene el peso de una sentencia.

Cuando el tren avanza, piensa en que es mejor así. La sentencia de la distancia avivará el amor al concreto, las luces y la caliza que deja atrás.